Muchos van a Teotihuacan o sólo de niños o ya grandes, pero a pasear turistas que se maravillan muy pronto y se cansan aún más. Otros, a romancear en globo aerostático. Mi última vez habrá sido en la adolescencia y sólo recuerdo los tepalcates y las flechas de obsidiana que era posible encontrar semienterrados. Y el solazo y la polvareda.
—¿Y si vamos a las pirámides?
—¡Ay, no, qué flojera!
Pero debería irse más. Después de todo, el valle de Teotihuacan es una subdivisión del de México1 y a uno le toca explorar las antigüedades de su región. Qué ganas de conseguir la obra de Manuel Gamio, que sólo he visto en casa de su nieta Ángeles. Entretanto, planeo una excursión para averiguar de lo que me he estado perdiendo.
I
En la Central del Norte, casi al final de los mostradores, sonrisas tablero-talud venden boletos de ida y vuelta a 68 pesos la pieza. Es martes y sólo cuatro desquehacerados abordamos el autobús de las 8:24. Sin embargo, afuera del Metro 18 de Marzo se sube más gente y los asientos acabarán llenos en San Cristóbal Ecatepec. La multitud de Insurgentes y Montevideo no tiene nada que envidiarle a la del Eje Central y Madero. El Cerro Zacatenco se nos presenta como un misterio latente, es nuestro Tula ya seco.
El cielo, una pantalla de cine apagada. Me gusta fijarme en los letreros: «Barrera antieludidos activa, pague su cuota», «atrévete a probar los escamoles, el caviar mexicano», «¿esquizofrenia?». A la altura de Tepexpan, conforme nos acercamos a Acolman, empieza a abundar el pirul, ese árbol colonial. La gente va seria, enojada o triste, pero seguro dispuesta a sonreír si tuviera que hacerlo.
El muchacho a mi lado despierta una dulzona curiosidad. Un cínico lo tacharía de persona común. Va resignado al trabajo, la cotidiana cachucha, el perfumado semblante. Uno nunca sabrá lo que pasa por la mente de otros, ni entrevistando ni intimando, y el ruido aumenta cuando alguien intenta explicarse. Impertérrito, el probable albañil desaparece por la calle de Canteroco, en Teotihuacán de Arista. No volveremos a vernos, es triste coincidir una vez en la vida con tantísimos coetáneos.
En 80 minutos he recorrido 40 kilómetros hasta la Puerta 1 de la Zona Arqueológica. Me dirijo a pie hasta la 3A para empezar la Ruta de la Pintura Mural que recomienda la página de Internet a fin de conocer «las expresiones plásticas de los antiguos teotihuacanos que quedaron plasmadas en los muros de la ciudad», bla, bla, bla.
II
El Museo de Murales Teotihuacanos es un espacio contrito pobremente iluminado. Cuesta trabajo encontrar el acceso, donde una cartulina advierte: «Los trabajadores de la Zona Arqueológica de Teotihuacan desconocemos al Centro INAH Estado de México». Hay mosquitos en las salas. Da gusto, no obstante, apreciar la maqueta de un templo, los murales Serpiente de Zacuala y Animales mitológicos, en ambos casos fragmentos, y la reproducción del pórtico 25 de Tetitla. Soy el único visitante.
«Bajas y en el módulo caminas 200 metros», me indica un trabajador del museo. Pero ¿cuál módulo?, ¿qué es «bajar»?, ¿200 metros en qué dirección? Yo sólo deseo continuar con mi ruta mural. No hay señalización ni personal a vista, comoquiera consigo llegar a la Puerta 3 y ahí pregunto por el Palacio de Quetzalpapalotl:
—Se llama Pirámide de la Luna —me reprende un policía.
Tras un descampado destinado a los coches, doy con un pasillo que parece una entrada. La tierra es roja como hormiguero.
III
A la derecha, tiendas y baños y vendedores rondando con sus orondos silbatos, como Luis Arenas, sus manos muy fuertes, la camisa limpia:
—A 200 el jaguar, escuche cómo suena, tiene su truco, ¿ya vio? Se lo dejo en 150, también tengo de colibrí. Sí, soy de San Martín, la fiesta se pone bien, es cada 11 de noviembre, pero también el domingo siguiente. Bailan los alchileos, pero yo hace mucho no bailo, uno se va dedicando a otras cosas. Ahora siembro tunas y xoconostles, sólo que el clima ha cambiado. Gano más vendiendo mis piezas que trabajando la tierra, pero hace 30 años todo el mundo sembraba. A veces de la tierra salen figuras y eso que ha habido saqueo, ahora ya sólo encuentras en las cuevas de la Purificación o atrás del Cerro Gordo. Fíjese, mis tatarabuelos aún vivieron en lo que hoy es la Zona Arqueológica. Los del pueblo casi no venimos. ¿Manuel Gamio? Sí me suena, era arqueólogo, ¿no? Luego en mi casa lo mencionaban. ¿Ya vio ese animalito. ¡Es un techalote! Son como ardillas, pero no son lo mismo.
IV
Bueno, eso a la derecha. Pero a mi izquierda, el Palacio de los Jaguares y el Templo de los Caracoles Emplumados. Ante un pórtico reconstruido, un visitante le explica a su familia:
—Miren qué plano y derechito está todo, es que en ese entonces los albañiles sí sabían hacer bien su trabajo.
En gran silencio, contemplo el conjunto de aves verdes en procesión, acaso quetzales o guacamayas o loros. Todo hermoso, elegante, sombrío.
Luego el Palacio de Quetzalpapalotl. Sólo permiten estar dentro 10 minutos, pero «¿qué pasa si me quedo más tiempo?, ¿me cargo de energía o qué?», exclama socarrona una joven. «No tocar, don’t touch», «favor de respetar el patrimonio, no patear, no golpear, no tirar basura». El pórtico del Patio de los Pilares originalmente estuvo techado con madera, oigo decir a una guía. «¡Qué hermoso está aquí, de veras!»
V
Desciendo a la Calle de los Muertos. Miccaohtli le llaman, pero ¿no debería ser Micohtli? Mide 40 metros de ancho y dos kilómetros de largo. Fue una calle pavimentada, con su eje desviado unos 17 grados de Oeste a Norte (como en Tenayuca). Esto porque los monumentos solares de Teotihuacan privilegian el paso cenital cada 30 de abril y 13 de agosto y no los equinoccios. Fue la Pirámide del Sol la que determinó dicha orientación, siendo, pues, su monumento más viejo2.
La larga calle conecta la parte alta septentrional (Pirámide de la Luna) con la baja (la Ciudadela, adonde finalmente acabó moviéndose el centro de la ciudad3), logrando una pendiente de alrededor de 30 metros.
No la recorro completa. En cambio, gallo-gallina, imagino una posible etimología para Teotihuacan: Te(tl) («piedra») + ohtli («camino» o «calle») + hua (sufijo de posesión) + can (locativo). Es decir, «donde tienen camino empedrado»: ¡la Calle de los Muertos! Aunque si así fuera, ohtli debería perder su raíz, quedando Teohhuacan. A decir verdad, ese ti de Teotihuacan no parece tener mucho sentido, a no ser que haga referencia a teotiuh («va a deidificarse»). ¿«Donde poseen lo que va deidificándose»?
Ay, Navaja de Ockham: la explicación más sencilla es la más probable. Teotihuacan puede sólo significar «donde tienen dioses», según suele aceptarse. No hay que olvidar que acá se dieron cita los dioses para dar inicio al Quinto Sol. En todo caso, no se conoce el nombre real de la ciudad ni en qué lengua hablaban. Yo digo que en varias.
No dejo de pensar en el pueblo de Luis. Dice que no queda lejos y hasta puede llegarse a pie. ¿Y si dejo para otro día el Templo de la Agricultura, la Plazuela de las Columnas, el Grupo Viking, los Edificios Superpuestos (antes Subterráneos), la barranca y el río San Juan, la Ciudadela y el Templo de Quetzalcóatl? Pero ¿y los formidables murales del Palacio de Tepantitla? Por si fuera poco, he leído que existe un Museo Manuel Gamio acá cerca y no quiero perdérmelo.
Pero entonces una tolvanera de súbito. «Es porque no ha llovido», reacciona una señora al ver que me encojo cual cochinilla. En la Calle de los Muertos, casi los únicos mexicanos son los vendedores, sobre todo mujeres. Y niños de primaria debidamente uniformados. Quedo impregnado de polvo y bloqueador, soy una Tutsi en arena.
Arena, Arenas. Esto es un señal.
VI
Así pues, camino a la Puerta 4, atrás y a un costado de la Pirámide del Sol, pensando en los versos de Octavio Paz de «Himno entre Ruinas»4:
Coronado de sí el día extiende sus plumas.
¡Alto grito amarillo,
caliente surtidor en el centro de un cielo
imparcial y benéfico! […]
Todo es dios.
¡Estatua rota,
columnas comidas por la luz,
ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!
Cae la noche sobre Teotihuacán.
En lo alto de la pirámide los muchachos fuman marihuana,
suenan guitarras roncas.
En medio de la nada, una placa que presume el edén que fue el barrio de Puxtla, donde por siglos hubo ojos de agua y canales y hoy queda uno que otro ahuehuete tristón. También dos chelerías y concomitantes perros apátridas.
En San Martín de las Pirámides no existe la sombra. Pero sí un desolado Mercado Gastronómico. Más alegre, en cualquier caso, que el museo de hace rato. Sólo se llena en domingo, me explica un señor campanudo. Fonda Sarita, pollería Avifuerte, tienda Luisito, barbacoa Don Pedro. Migrantes latinoamericanos, columnas comidas por la luz.
Al final de mi excursión, la parroquia, el Museo de la Obsidiana (cerrado), un taxista que intentar verme la cara de gringo y adiós a este valle cuyo esplendor ocurrió en la primera mitad del milenio antepasado. Hasta pronto a los descendientes de los 85 mil habitantes que tuvo Teotihuacan entre los años 450 y 6505. Ubi sunt, seguro al interior de sus casas o viajando en camión para trabajar relejos. Réplicas resistentes, cosmopolitas, semienterradas. Futuros muertos deidificándose.
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Ignacio Marquina, Arquitectura prehispánica, Ciudad de México, SEP, 1951, 56.
Pero a saber, pues en la página 189 del tomo I de Todos los caminos llevan a Tenochtitlan (Ediciones B, 2022), Sofía Guadarrama Collado asegura que el primer centro religioso y urbano estuvo al Noroeste de la Pirámide de la Luna, en un sitio que hoy se conoce como Ciudad Vieja.
Eduardo Matos Moctezuma, Teotihuacan, Ciudad de México, FCE, 2009, 99, 100.
Octavio Paz, La estación violenta, Ciudad de México, FCE, 1958, 9.
Eduardo Matos Moctezuma, 62.