Mi primera aportación a la crónica
Nostalgia tras una apendicitis aguda
Yo me dedico a la crónica urbana, al principio sin saberlo, prácticamente desde que regresé a vivir a la Ciudad de México en 2003. En ese tiempo, ya consignaba en un blog mis impresiones sobre esta capital en la que nací y pasé mi infancia en los desvaídos años ochenta, pero que ahora contemplaba a través de otra lente. Todo tenía más color y ya no caían chinahuates de los árboles.
Muy pronto empecé a escribir para revistas y participar en espacios de radio y televisión ocasionalmente. Ser el invitado que habla de la ciudad me ha durado muchos años. Pero al principio, a los veintitantos, yo estaba muy joven para eso. «¿Cómo vas a ser cronista a tu edad?» La precocidad levanta sospechas, admiración. Levanta de todo, pero no alza.
Luego, en 2011, me puse a dar recorridos por distintos rumbos de la ciudad. Ambiciosos, insólitos, no exactamente turísticos. Recuerdo uno en Tacubaya en el que más de 70 incautos pretendíamos cruzar Parque Lira desde la calle de Veramendi; otro en el Centro que culminó en un concierto sorpresa de Carla Morrison en lo alto de la Torre Latino; etcétera. Internet no tiene buena memoria, pero pruebas existen.
Ya luego llegarían el podcast, mi ingreso al Seminario de Cultura Mexicana merced a mi ángel custodio apellidado González Gamio, la oportunidad de colaborar con medios extranjeros, etcétera.
Pero a mis 34 años, yo aún no había publicado un libro. No podía, entonces, considerarme un cronista. Batallé mucho y por fortuna una editorial independiente se interesó por el manuscrito de Amor por la Ciudad de México (Paralelo 21, 2015), una compilación de crónicas previamente aparecidas en Más por Más, Milenio y La Jornada.
Héctor de Mauleón tuvo a bien presentarlo en el Museo del Chopo: «Con este libro, Jorge Pedro ingresa a la larga tradición de cronistas de esta ciudad, bienvenido». Plumaje fatuo de pavo real. Dos mil ejemplares se agotaron con relativa rapidez y, sin embargo, no hubo reseñas en medios especializados, yo creo que soy un chinahuate.
Siempre me he sentido al margen. No sé si lo busco yo mismo o si sucede solito, pero me gusta. Me identifico, como tanta gente, con los famosos versos de Gloria Fuertes:
Me dijeron:
—O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
Lo que me hace evocar a Guillermo Tovar, otro que optó por la cuneta: «La crónica no es un título, sino una vocación, lo que cuenta es lo que tú aportas». Acto seguido, me enseñó su colección de crónica: unos cuantos tomos impasibles, desvaídos como los ochenta, una contribución estupenda. Queda claro que uno no puede lograr mucho, si acaso encontrar una voz propia y compartir lo que sabe. A su debido tiempo.
A continuación, comparto mi primera aportación a la crónica de esta ciudad, el capítulo inicial de Amor por la Ciudad de México, originalmente aparecido el seis de agosto de 2014 en Más por Más, ¿alguien conservará un ejemplar de ese día?
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