
En marzo de 2022 escribí el siguiente artículo, publicado dos meses después en el número 160 de la revista Kilómetro Cero, que se enfoca en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Aquí presento una versión extendida, reelaborada. Me disculpo por la ausencia de ciertas referencias bibliográficas, pero no he querido saturar de notas.
Definir es limitar
¿Qué es la crónica? Juan Villoro intenta una solución útil y simpática: el ornitorrinco de la prosa. Pato, castor y nutria: periodismo, narrativa y poesía (o dramaturgia, ensayo, etcétera). Sin embargo la siguiente frase de Carlos Monsiváis me gusta más por certera: «Reconstrucción literaria de sucesos o figuras, género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas».
Yo me dedico a la crónica y sigo sin concebir una definición propia. Deduzco, no obstante, que alguna relación mantendrá con la historia. Me acuerdo de estar conversando al respecto con Ángeles González Gamio, cronista del Centro desde 1992:
—Los cronistas no somos historiadores.
—¿Entonces por qué nos gusta tanto la historia? ¿A qué se debe que siempre andemos indagando en el pasado reciente o remoto?
—Porque nuestro trabajo es la historia, pero la historia del presente.
Tiene razón la autora del libro Corazón de piedra (2006). Nos gusta el pasado porque nos interesa el presente. Después de todo, el pasado no existe, pues siempre se ha vivido en el ahora. Eso le gustaba decir a Guillermo Tovar, último cronista oficial de la Ciudad de México hasta 2006.
Mi ahora transcurre en la esquina de Cuba y Chile, zona de novias y ceremonias. Desde aquí relato lo que veo, escucho, huelo, saboreo y toco cuando ando en la calle, pero también lo que leo.
Con suerte, habrá quien se ocupe de lo mismo en la Merced, San Juan, Mixcalco, la Lagunilla y otros rumbos del Centro, una ciudad en sí misma, con más de 300 manzanas y la necesidad continua de ser relatada por voces distintas. Gente que escriba su historia del diario bien au vif. De ello resulta que no exista un solo cronista del Centro, mucho menos uno oficial, nombrado en ceremonia solemne con un toque de espada sobre los hombros.
Ni siquiera González Gamio cuya reputación es precedida por un trabajo consistente y probo.
Luego están los otros, los no tan famosos. Citemos a algunos a bote pronto. Vivos o muertos, da igual, lo importante es el trabajo que dejan: Alberto Beltrán a través del dibujo y Rafael Guízar con sus acuarelas; Armando Jiménez desde los lugares de gozo y retozo de la ciudad céntrica; Alfonso Hernández con Tepito en el corazón, barrio bisagra del que también procede Armando Ramírez; algún fraile dieciochesco por el que ya nadie pregunta en las librerías de Donceles; Mónica Unikel y sus paseos por el antiguo barrio judío (calles de dura cerviz y gentil nomenclatura)…
Es una buena noticia que exista diversidad en la crónica: de índole histórica, periodística, literaria, viajera… Siempre con el afán de compartir. Escribe Alejandro Dumas: «En ciertas almas existe una invencible necesidad de compartir con los demás las impresiones que han recibido. Son estas las que sienten intensa, sincera y profundamente».
Un cronista da a conocer lo que conoce, volviéndolo antojadizo. Sin abusar del edulcorante artificial de la nostalgia. Con un pie en la literatura y otro en el periodismo, aunque para Federico Guzmán Rubio la crónica es «una bestia de cuatro patas», con la tercera en el yo del autor y la cuarta en alguna otra parte. Para mí que esa cuarta son los detalles.
Pero sigamos con los conceptos. ¿Qué es el Centro?, ¿cuáles sus límites?
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