Estando yo un día en el Alcaná de Tepito, llegó un muchacho a ofrecer unos cartapacios y papeles viejos a un servidor, y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, tomé un cartapacio. Su título, Tepito ayer, Tepito hoy, añoranzas de un México que se nos fue, y el año de publicación, 2002.
Al autor, Salvador Rangel López, no he podido localizarlo en Internet, tampoco a familiares suyos. Ni falta que hace, con los libros lo importante es el lector. Lean ustedes, por favor, los siguientes extractos de un libro autoeditado cuyo contenido espero que sobreviva muchos años. Por eso transcribo, como Cervantes con Benengeli.
Voy a tratar de darles una idea del México DF de los años treinta a cincuenta, una ciudad vivible, sin smog, con menos de tres millones de habitantes (con todo y los «invasores», los no «chilangos») y un tránsito y delincuencia soportables. En particular, voy a relatar el rumbo que me tocó vivir hasta 1947 y que desgraciadamente cambió tanto para mal.
Llegamos a Nicaragua y su jardín e iglesia de Santa Catarina. En esta calle, en los años treinta y cuarenta, en tiempo de posadas, se ponían puestos que cubrían toda la calle con piñatas, confeti, serpentinas, luces, velas, frutas y nacimientos pequeños […] ¿Se seguirá haciendo? En la siguiente calle transversal a Brasil, Paraguay, cada domingo se ponían puestos y aun se vendía sobre el piso. Lo que se conocía como el «baratillo» eran sólo dos cuadras, de Comonfort a Argentina. Ahí se podían encontrar toda clase de antigüedades, cuadros, muebles y herramientas raras de los siglos XIX y XX.
Seguimos caminando y vamos a llegar al más concurrido y popular callejón del Órgano. En realidad no era callejón, ya que partiendo de Brasil llegaba hasta Santa María la Redonda, hoy Eje Central. Ahí «trabajaban» cualquier cantidad de «mariposillas»: jóvenes, adultas, flacas, robustas, altas, bajas, morenas, güeras, en fin, abundaba de dónde escoger, para todos los gustos. Y sus tarifas eran lo mejor, desde 50 centavos. Entre las calles de Allende y Santa María se concentraba lo más económico: las accesorias de un solo cuarto, que tenían hasta cuatro lechos de placer divididos con sábanas. El precio incluía cama y acompañante, ¡para Ripley!
Cerca de Brasil, lo más selecto. Las damas esperaban al cliente sentadas a las puertas de su accesoria con una sola cama. El costo total, dos pesos. No había vitrinas como en Holanda, pero el fin era el mismo. Estamos hablando de 1930 y tantos. En esa misma esquina de Brasil y Órgano estaba el Cine Máximo, donde se efectuaban los sorteos de conscriptos, me tocó estar presente. También anualmente los cinematografistas celebraban un baile.
Una calle adelante, en la esquina con Libertad, empieza la avenida Peralvillo, que termina en la glorieta del mismo nombre y da inicio a las calzadas de Guadalupe y los Misterios. A la Glorieta de Peralvillo llegaba el ferrocarril que traía todo el pulque que se consumía en los cientos de pulquerías por toda la capital. En esa zona, todos los días se establecía el primer tianguis o mercado sobre ruedas a las cuatro de la mañana. Se podían encontrar todo tipo de almuerzos para los trabajadores, unos del ferrocarril y otros de los muchos camiones de estacas que transportaban las barricas, muchas, muchas, que traían el pulque […] A las seis, toda el área invadida por puestos y camiones quedaba limpia, nada de basura, nada de puestos, ahí no había pasado nada.
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